25.8.10

PARA MATIZAR LA LECTURA

27.10.08

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7.6.05

ORIGENES & COMIENZOS

Puerto Madero o las dársenas (docks), el otro país adentro del paese.

River-Boca se ha erigido en el antagonismo futbolero nacional por antonomasia. De los orígenes reales, del por qué, salvo algún que otro petardo populista, prácticamente nada con algo de miga. Además, si hay que atenerse a los rastros mediáticos que han sobrevivido, nació clásico por inmanencia, como se nace rubio o rengo. Para la única historiografía que la ideología oficial futbolera permite, como es la estadística de formaciones y goles, fechas de todo tipo, algún que otro toque folclórico y nada más, la primera vez que se habrían visto las caras fue el domingo 28 de agosto de 1913, en Avellaneda, en la cancha que ya tenía el Racing Club que había empezado a ser La Academia y que era el arrasadoramente más popular de entonces, amén de instaurar a partir de ese año nada menos que el fútbol criollo, como se le dijo. "Ansiado encuentro entre los antiguos rivales de los dominios del sur", se anticipó el diario El Nacional en la víspera. Y al día siguiente de producido, este categórico juicio de valor: "Antiguos y fuertes rivales", afirma para denominar a ambos. Dejemos de lado de lo de fuertes, ¿cómo se puede lograr antigüedad ya desde el primer partido?

No es la única golondrina. La Mañana del lunes 29, por su lado, en una postura de exquisitez crítica, se queja de las "brusquedades del juego desarrollado por los bandos en lucha, fruto de una rivalidad existente entre ambos desde años atrás." ¡Pero si aparentemente no habían jugado nunca! Al año siguiente, con ocasión del segundo encontronazo, los rotula también de "viejos rivales". Para el ya citado El Diario, un poco después, setiembre de 1918, se trata de "conocidos rivales que desde hace tiempo disputan la supremacía en la Boca." Al año siguiente, el mismo matutino, en una nota casi editorial, se queja amargamente, con la moralina desde siempre vigente y típica en estos casos, que "los enconos actuales redundan en perjuicio del sport". El anglicismo, of course, es del original. Y añadía a punto seguido: "Mañana jugarán los equipos de Boca Juniors y River Plate, y lejos de señalarse el comentario como una demostración del agrado que producirá el desarrollo del juego, se cita como la expresión de los enconos existentes entre ambos clubes." No era para menos: se estaba en la víspera de un "encuentro que como todos los que se disputan entre tradicionales adversarios, se presumen capaces de dar trabajo a la policía, al referee y a la Asistencia Pública." ¿En tan poco tiempo ya habían hecho también una tradición?

Las divisiones intestinas en la Liga hicieron que no volvieran a toparse oficialmente durante ocho años. Cuando esto vuelva a suceder, dirá el vespertino La Razón ante una remake semejante: "Jornada histórica en la vida del football porteño". Ya ha dejado aparentemente de ser meramente barrial; se ha porteñizado. Y El Diario, fundado en 1888, lo califica por primera vez de clásico, con todas las letras. En otros términos, si se quiere, los pantalones largos para los de pantaloncitos cortos. Hubo un dato casi al pasar, en medio del fárrago de la víspera de aquel encuentro de agosto de 1913, también a cargo del mismo cotidiano, que deja apuntado como si nada que en los ocho años que iban desde la fundación de Boca hasta entonces, ya se habían encontrado cinco veces en partidos de los que no han quedado rastros y que nadie puede hallar.

¿Madre hay una sola?

Cuando es fundado River, junto con el nacimiento del siglo XX, el sustrato sociocultural que tendrán ambos, futboleramente hablando, estaba aparentemente jugando otro partido, pero ya se había cumplido el tiempo reglamentario y ni siquiera terminó empatado, sino que al mejor estilo nacional perdieron los dos, muy especialmente el público en general, y es más que factible que hoy más que nunca, ya gallinas y bosteros, persistan en la fantasmal porfía para hacer creer que el dilema sigue. A tal punto que en estos deslindes de la Aldea Global, enfrentándose por lo menos una decena de veces por las necesidades económicas de la tevé por cable y codificada de las porfías entre las gentes, la discusión ha pasado de los guarismos estadísticos de partidos ganados, empatados y perdidos, goles a favor y en contra, entre ellos, a cuántas Copas Libertadores y cuántas Toyota tienen en su haber.

Paradigma del antagonismo futbolero argentino, se decía en un comienzo. Se agrega: en un país que jamás tuvo un campeonato nacional. Sin encabritarse, cuidado, porque todo lo que toca el fútbol se futboliza, esto es, se parte en dos mitades irreconciliablemente bélicas, y salvo que se quiera entender por nacional a lo portuario y sus dependencias interiores de Rosario y La Plata. O, más que concretamente, que Buenos Aires es la capital de la Pampa Húmeda [Archetti, Eduardo. Estilo y virtudes masculinas en El Gráfico, la creación del imaginario del fútbol argentino, en Desarrollo Económico, Revista de Ciencias Sociales, No. 139, Vol. 35, octubre-diciembre 1995, págs. 419-442]. Un sesgo que deja todo girando en torno al Puerto Unico y la Aduana, diagrama que lejos de haber desaparecido, el tendido del videocable y el surgimiento de estadios e hinchas virtuales, con la irrupción de muertes remotas desde 1986, ha reafirmado categóricamente lo ya asentado desde mucho antes, como fue siempre de total normalidad ser nacido y estar afincado en los lugares más remotos del país y tener doble militancia, esto es, ser hincha de los clubes grandes de la Capital, en especial River y Boca, más la concesión lugareña de simpatizar con el equipito local.

-La Boca es un país –afirmó la historiadora Hebe Clementi en un momento de una conversación informal, a fines del verano de 1998, ya comenzado un rastreo más o menos sistemática en torno a los orígenes del superclásico para lo que iba a ser por muy corto tiempo el matutino Perfil.

-¿Lo dice en un sentido estricto o meramente figurado?

-Para nada figurado –ratificó-. Es un país con todas las letras.

Ella es de obvio origen italiano, boquense, católica, radical e historiadora. De una larga y muy fecunda trayectoria intelectual, acá se van a tomar como base dos trabajos que son fundamentales no sólo por sus inevitables repercusiones futboleras [Clementi, Hebe. El protagonismo de la Boca. Ediciones Letra Buena, Colección de Historia, Buenos Aires, julio 1994, 101 págs., y Clementi, Hebe. De la Boca, un pueblo. Instituto Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, abril del 2000, 320 págs.]. El primer genovés, el signore León Pancaldo, vino en 1536 como parte de la tripulación del andaluz Pedro de Mendoza, el que no tuvo mejor idea que fundar la Santísima Trinidad y Puerto del Buen Ayre en los terrenos anegadizos de lo que con el tiempo se llamará La Boca del Riachuelo, aparentemente seducido por las bondades de la Vuelta de los Tachos, después de Rocha, para amparar las naves de las sudestadas en el Mar Dulce. Con lo fácil que sigue siendo ser profeta del pasado, su suerte tendría que haber servido de advertencia, sobre todo a sus paisanos de la Liguria: primero lo tuvieron en chirona por unas turbias diferencias en alguna caja chica y una vez liberado aparentemente de la dura acusación contra su honra, murió sin poder volver al siempre añorado paese.

En masa, como inmigración propiamente dicha y fenómeno más que peculiar, los zeneizes empiezan a llegar en 1820. Va a ser la única colectividad que se asentará toda en un solo lugar, del que se apropiará algo más que simbólicamente [Sabugo, Mario. ¿Apenas un territorio? Conceptos y problemas en torno a la cuestión del barrio. Ediciones BP. Informes del Sur. Cuadernos de Investigación N ° 4, Buenos Aires, 16 págs. También: Gravano, Ariel. Antropología de lo barrial. Estudios sobre producción simbólica de la vida urbana. Espacio Editorial, Buenos Aires, Buenos Aires, enero del 2004, 289 págs.], cerrándose sobre sí misma y recreando la condición de ghetto de la Génova original. [La afirmación es de Salvador de Madariaga cuando lo llevaron por primera vez a la Boca y lo recordó Antonio Carrizo en su programa mañanero, a fines de 1998. En cuanto a ghetto, según la Enciclopedia Británica, proviene de los caseríos o barriadas en torno a las fundiciones de hierro y en su acepción original, como asentamiento con exclusiones de tipo racial, fue usado por primera vez en Venecia a principios del siglo XVI]. En la conversación antes aludida, como también otras posteriores y asimismo consultas telefónicas, Hebe Clementi insistió en la particularidad zeneize de haber sido literalmente clonada la Génova original en la bahía de Boston, cerca de Cleveland, zona de los pescadores de camarones que sirvió de escenario natural para el filme El príncipe de las mareas, dirigido por la cantante y actriz Barbra Streisand, donde con la indispensable colaboración de la colonia irlandesa, ya sea por el fútbol americano, el béisbol o el básquet, whisky o cerveza en grandes cantidades mediante, se zurran que es un gusto, y el otro espejo a imagen y semejanza va a ser la Boca. Sin duda, lo más urticante, empezando por Cristoforo Colombo, traducido al 50% como Cristóbal Colón, el mejor resultado que se obtiene es un letal silencio de radio y las mejores caras de póquer, todo como consecuencia de sacar a relucir el evidente origen marrano que surge siempre subyacente. Aquí suele pudrirse todo. Ni hablar. La miasma oleosa de la desembocadura del Río de la Matanza, para colmo, aporta olorosamente lo suyo. Aunque esté acuñado el dicho que para hacer un genovés se necesitan por lo menos dos judíos, lo único obtenido fue cuando dejando a salir la inefable alma bufona itálica, en un bar de la avenida Almirante Brown, se sentenció lo siguiente: “Mirá, para nosotros, los genoveses, hay dos cosas que son totalmente inadmisibles. La primera, como es lógico, el antisemitismo; la otra, los judíos.” Para zafar, entonces, lo más hidalgamente posible del entuerto, digamos que la diáspora genovesa comenzó casualmente cuando los Tribunales de la Santa Inquisición se dedicaron a la civilizadora tarea de desmalezar el terreno...

¿Republicanos? ¿Y los monárquicos?

A mediados del siglo XIX termina de asentarse en la ribera norte pantanosa del Riachuelo la gran oleada zeneize y los armadores y comerciantes, en el puerto original, comienzan a hacerse su agosto justamente en tareas no muy loables para cumplimentar el lejano lema de gobernar es poblar. Los gentíos que se apiñan con apenas algo más de lo puesto y unos pocos ahorros, sorpresivamente se encuentran con una barrera de inconvenientes que los obliga a esperar y acampar en condiciones francamente inhumanas, todo repentinamente a precios más que inhumanos, y cuando por fin aparecen los navíos, son embarcados en contingentes hasta de hasta un millar y medio de viajeros, un solo baño y comida en mal estado para no exagerar los contrastes del cuadro. La cantidad de los que se cayeron al agua tratando de evacuar sus necesidades colgados de la borda, con Mar 4 o 5, ingresa dentro de lo escatológico y lo estimable. Al llegar por fin a la Tierra Prometida les esperaba lo suyo desde los trámites burocráticos nomás. Los dilemas son de tal envergadura que justamente en 1861, cuando otra vez arrecian los inmigrantes del norte de Italia, nuevamente no pocos genoveses, y aproximadamente unos 30 mil británicos, muy especialmente escoceses e irlandeses, es cuando el joven comerciante masón Eduardo Madero presenta su dichoso proyecto de Puerto Unico. Justamente dos años después en la londinense Taberna del Libre Masón se va a fundar oficialmente el fútbol, pero su antecesor, el dribbling game, ya había sido desembarcado por marinería de ese origen, y como ya La Porteña había largado el primer pitido y el tendido ferroviario se va a hacer a un ritmo vertiginoso, con la presentación en sociedad en 1867 del conventillo ya están todos los elementos necesarios para que el fútbol encuentre el campo orégano.

El enclave donde Mendoza, Pancaldo y los suyos bajaron, recibiendo lo correspondiente por parte de los querandíes que se creían dueños de casa y aprovechaban las desventajas geográficas, siguió siendo tan particular y destacable que el general Juan Ramón Balcarce, cuando salía a cabalgar en los atardeceres de su residencia cerca del Parque Lezama, gustaba apreciar de ese paisaje en la lejanía, cubierto por los saucedales. Además de anegadizo, la condición prácticamente insular estaba dada por los pantanos que por el norte la separaban de la Gran Aldea y que después los aguaceros la volvían inaccesible, incluso para el acarreo en carretones de grandes ruedas y tirados por bueyes. Sus ribetes peculiares van a alcanzar tal relieve que en 1870, año que aparece La Nación fundada y dirigida por Bartolomé Mitre, un decreto establece la existencia oficial de la Comunidad Autónoma de la Boca y poco más de una década después, cuando arribe al país el pedagogo escocés Alex Watson Hutton, el padre del fútbol argentino, va a tener lugar algo más que singular.

En la presidencia estaba Julio Argentino Roca. Lo concreto es que para algunos fue tan histórico como la batalla de San Lorenzo; para otros, por los mismos motivos, pero con sentido contrario, jamás existió; pero a los efectos del imaginario colectivo, es tan creíble como probable y necesario. Punto. Se trata de la fundación de la efímera Repubblica della Boca e i primi genovesi y para otros simplemente Repubblica Genovesse della Boca, porque ni sobre el nombre hay acuerdo. En lo que sí había un consenso total era en las características revoltosas, levantiscas y separatistas de la comunidad que para Caras y Caretas llegará a ser “una pequeña ciudad” dentro de la otra gran ciudad. Si la conversión da como resultado, por lo general, una nueva feligresía más papista que el Papa, en los contingentes arribados menudeaban los que se habían visto obligados a huir también por republicanos, anarquistas, masones y socialistas garibaldinos. La Iglesia se había visto obligada a enrocar jesuitas por salesianos en la educación debido a los encontronazos entre las dos intolerancias. Encima, en terreno de franca provocación y alardes fogosos, todos los Viernes Santo organizaban asados en las puertas de las parroquias y bajo el formato de conferencias científicas, se despachaban con actos proselitistas y apología del darwinismo en la evolución de las especies y el positivismo imperante. Ya todos la conocían como La Boca del Diablo y los más beatos hasta se persignaban con su sola mención.

El arresto separatista, a todo esto, consistió en izar una bandera propia con los colores de la Casa de Saboya y como primer acto político formal de soberanía mandarle una carta al rey Victor Emanuele II°, ofreciéndole adosar la flamante república al reino italiano. Sea como haya sido, enterado de semejantes fastos, Su Excelencia salió de la Casa Rosada no hacía mucho pintada de ese color en el auto oficial, con chofer y sin custodia. Ya en territorio extranjero le brindaron solícita escolta los ya famosos Bomberos Voluntarios de la Boca, fundados por el poderoso comerciante Tomás Liberti, fabricante de soda y naranjín, distribuidor exclusivo de las cervezas y maltas de la Quilmes, masón y único fundador de River Plate de origen genovés. Aquí no fue necesaria tanta agua porque no había ni fuego. Los rebeldes habrían depuesto su actitud sin siquiera gritar un ¡Mascalzone! de práctica. A partir de aquí, particularmente entre los jóvenes asistentes al Liceo Militar, donde entre otras cosas se estudiaba para presidir la Argentina, ser corrido por los bomberos pasó a ser sinónimo mismo de chirinada, ignonimia y patetismo. A tal punto que casi tres cuartos de siglo después, luego de un genocida bombardeo a ciudad abierta que no se registraba desde Guernica, otro general comenzó su discurso sobre la plaza abarrotada por un gentío enardecido con un “los últimos aviones pasaron huyendo, sólo los cobardes huyen”, lo redondeó con el tétrico “cinco por uno” y la cereza del postre fue “a la Marina, compañeros, la vamos a correr con los bomberos.”

Apóstoles, sí, pero librepensadores

Al año siguiente de la patriada zeneize atracaron en la Boca, con poca diferencia, dos naves de cien metros de eslora. Uno de ellos, para colmo, era un transporte de pasajeros como el que no los había traído a los afincados en el lugar. Las recepciones fueron multitudinarias y del mismo modo que en 1864 habían ido a Plaza Constitución a inaugurar la terminal del Ferrocarril Sud que creyeron que por fin era el comienzo del futuro tan promisorio, se agolparon en el muelle con una nube de pañuelos en el aire. El movimiento marítimo era por entonces de unas 300 naves diarias promedio, lo que da unas diez mil al año. Sobre ambas márgenes pululaban saladeros y barracas. Se trabajaba mientras el sol alumbraba. Y a la noche, cuando se encendían los faroles de gas, los peringundines y quecos de toda laya relumbraban con las asiladas de origen polaco judío y los cafiches de mirada torva y daga rápida para el tajo. Antes que la calle Corrientes tuviera insomnio, la Boca hacía rato que jamás dormía.


Las maniobras se hacían a la sirga, esto es, con gruesos cabos que tiraban desde las bordas y en tierra, con tracción humana o animal, se los arrastraba y atracaba, dada la peligrosidad de operar a máquina en tan reducido espacio. El acontecimiento de la llegada de semejantes ciudades flotantes sirvió para que el otro matutino, La Prensa, también masón, saliera con los tapones de punta a defender el llamado Proyecto Huergo. Desde La Nación, a pesar de la supuesta fraternidad reinante, no tardaron en devolver el pelotazo y los dos se trenzaron en una polémica tan formidable como ilustrativa sobre lo que sería el inevitable e irrevocable destino del país.

El ingeniero civil Luis A. Huergo, obviamente masón, uno de los autores del proyecto con se erigió la sede oficial de la Gran Logia en la entonces Cangallo al 1200, era conocido como uno de Los 12 Apóstoles, nombre con que un tanto irónicamente se había denominado a la primer camada de esa especialidad salida de la Universidad de Buenos Aires y el papel destacado que en muchos terrenos tuvieron todos. Su idea del Puerto Unico no se encuadraba para nada en lo que décadas después se va a conocer como antimperialismo, un nacionalismo con o sin faltas de ortografía, sino en el sentido común que siempre es el menos común de los sentidos, la racionalidad, el conocimiento científico y también los intereses genuinamente argentinos de lo que en ese momento era el modelo de país agroexportador. Partía de lo obvio y constatable: el lugar elegido por Madero, quien no contaba con más antecedentes que un ávido sentido comercial, a 14 metros de profundidad tenía una capa rocosa que si para la tecnología de la época era una valla insalvable, lo siguió siendo a tal punto que después de convertirse durante muchos años en tapera, durante la Segunda Década Infame lo reciclaron como restoranes cinco tenedores y lofts para los buffets de los abogados mediáticos del Delito Organizado instalados como en su casa.

El croquis de su idea era dotar a la Boca de todo lo que le faltaba para que operara con el cabotaje y pasajeros, mudando a la Ensenada de Barragán el puerto de aguas profundas que resistiera a la creciente demanda de un capitalismo en plena expansión con cada vez mayores exigencias y una industria naviera en constante desarrollo para poder cumplimentar esas necesidades. Además se iba a desconcentrar en buena parte lo que ya empezaba a ser percibido como la cabeza de Goliat, pero el último tramo de vías jamás llegaron al territorio maldito y hediondo de la Vuelta de los Tachos, como tampoco se prolongó al este de la capital bonaerense trazada con compás y escuadra por Dardo Rocha, otro masón.

A Huergo lo siguieron aplaudiendo en los congresos internacionales aún mucho después que su proyecto, con planos y todo, lo tiraran respetuosa y pulcramente a un cesto de papeles. Jamás importó un comino. Esperaron que se muriera y a una calle paralela a la obra inútil de la que hasta había presentado dibujos truchos le pusieron su nombre y la formalidad estuvo cumplida. En 1889 se inauguró la Dársena Sud. Sobre ella se instalarían algo más que barcos y guinches; también la primera cancha de los de La Banda y con esto el puntapié inicial de lo que después se camuflará alegremente como rosca barrial o de conventillo.

Salen los equipos

El siglo XIX se va a ir dejando varias picas de Flandes. Por lo pronto, el pedagogo escocés que aparentemente había sido traído sólo para dirigir la muy exclusiva Saint Andrew’s Scotch School de Belgrano, creada en 1838 por el Restaurador para la educación bilingüe de los hijos de la clase dirigente, renunció a los dos años y estuvo a punto de volverse: la misión que realmente había traído, como era difundir el fútbol, producía tal cantidad de machucados y algo más que los dueños de la pelota, pero la pelota política, le hicieron saber que ese partido se había terminado. Tenaz, consiguió capitales de donde no es muy difícil presumir y se instaló en Perú al 1200 con el Buenos Aires English High School. Pero el lugar le quedaba chico y a los dos años compra la quinta Qencliff Horse, a pocas cuadras de Plaza Constitución, separado por el que va a ser conocido como loquero de Vieytes solamente por las vías, donde funda el English High School. El predio le permite distribuir nueve canchas y con semejantes instalaciones, ahora sí, manda a llamar entrenadores, todos ex jugadores, obviamente escoceses, para la difusión y enseñanza sistemática del fútbol, poniendo de este modo la piedra fundamental de lo que va a ser el ethos criollo en la materia.


En 1900 funda el legendario Alumni que durante más de una década se va a quedar con todos los campeonatos, el que se disolverá y le dejará el cetro al Racing Club que justamente ya empezando a ser La Academia y habiendo fundado el fútbol criollo, presta sus instalaciones de Avellaneda para la primer tenida oficial del River-Boca. Al año siguiente, en un proceso que comienza a acelerarse y a multiplicarse, van a suceder varios hechos que no se pueden pasar por alto. Uno es que en un colegio secundario privado del Once los hermanos Barceló fundan el Fútbol Club Barracas al Sud, como se conocía entonces al distrito que va a ser Avellaneda, y un segundo es cuando un grupo de muchachos de origen judío, socialistas, al salir de una asamblea partidaria en Aráoz y Corrientes, deciden hacer lo que se está haciendo cada vez más masivamente: fundar otro club de fútbol. Obviamente eligen el rojo para la camiseta y un nombre un tanto urticante: Libertarios Unidos. Los masones británicos que regenteaban por entonces la League les cierran la puerta en la cara. Al año siguiente vuelven con la misma camiseta y un rebautizo: Mártires de Chicago. Segundo rechazo. La tercera será la vencida y por fin los dejarán pasar, a pesar del persistente rojo de la casaca: Argentinos Juniors. Pero aquí hace su aparición una cáscara de banana, un miguelito o un cazabobos bastante indigesto: ¿cómo traducir fielmente el sentido al aparentemente inocente apellido deportivo y/o futbolero de juniors que pondrán en boga aquellos boys? 5


Otro hecho es la inquietud que le lleva Pedro Martínez, afincado en la Boca, a Watson Hutton acerca de la multiplicada conversión de barritas esquineras en equipos de fútbol. De allí salió una idea y una tarea típicamente masonas: fundar un club que se destacara en lo deportivo y aglutinara a los grupos dispersos. Y más: con nombre inglés. A partir de aquí, a pesar de los baches de lo legendario, la historia es más difundida, aunque también bastante mistificada. Sólo que ciertos sesgos y características o no fueron lo suficientemente destacados o directamente por algún motivo fueron ocultados. Uno de esos detalles es la cualidad natural de líder de un jovencito que ya estudiaba medicina, de origen suizo judío, que va a ser el primer N° 9, capitán y presidente cuando lo funden: Leopoldo Bard.


La versión legendaria que ha sobrevivido da cuenta de una reunión de la que no quedaron constancias que las mociones con mayor cantidad de votos fueron Forwards Club y La Rosales. La de River Plate, aparentemente, tuvo un solo voto. Caballerescos como buenos sportsmen, decidieron que los dos primeros iban a dirimir sobre la gramilla cuál quedaría. Ganaron los Forwards, capitaneados por Bard, pero le pusieron River Plate, mocionado por Pedro Martínez, secretario de Watson Hutton. ¿Más claro ahora?


La explicación sobre la camiseta peca, por lo menos, de exageradamente candorosa. Además, es resultado del complejo de pobre que el fútbol ha adquirido merced a lo que algunos han dado llamar el populismo romántico. Y dice que como la mayoría usaba camisetas de algodón manga larga para dormir y jugar al fútbol, cosa de poder diferenciarse, pasaron por ahí y encontraron la cinta roja de una carroza del último corso por Almirante Brown, a la que pegaron en bandolera, pecho y espalda, con alfileres de gancho. Es digno de una película de Armando Bo. Sobre todo cuando después la tuvieron que empezar a coser sobre las casacas (camisas, en realidad) abotonadas al pecho y en los puños. Para colmo de seda, con los costos que eso implicaba. Por fin recién en el 2002 el órgano oficial de la Gran Logia puso un poco más de racionalidad: el diseño y colores se corresponde con el mandil de entonces del Gran Maestro en el rito escocés. Traducción: el de Watson Hutton en la Logia Excelsior N° 617, a la que había ingresado el 6 de julio de 1893 6.


Antes del consabido peligro de dispersión en lo anecdótico, el origen de River se dio en un sector muy particular de un enclave más que particular de la reciente Capital Federal. Salvo la excepción del genovés Tomás Liberti y de algún otro italiano, en su gran mayoría el resto son de origen español, los hay judíos y hasta algún teutón nacido en la India que se la va a pasar viajando por el mundo sin que hayan quedado datos de su actividad y origen delos fondos. Además, viven en casas de dos pisos, de material, son universitarios a principios del siglo XX, todos radicales, dentro del radicalismo yrigoyenistas, y empezando por Bard, que llegará a la presidencia del bloque cuando el caudillo alcance el sillón de Rivadavia por primera vez gracias al voto secreto, será su delfín para enfrentar la corriente reaccionaria de Marcelo Torcuato de Alvear. El resto, ya
sea por cargos electorales o burocráticos, particularmente en la Municipalidad porteña, formarán también parte de la clase dirigente. ¿Se entiende ahora por qué en 1922 se fueron para el norte estos extranjeros y se instalaron nada menos que en Libertador y Tagle, cuando ya el sur empezaba literalmente a boquear, cambiando los planos y dejando correr la leyenda que le hicieron trampitas a los oligarcas tapando la obra con bolsas?


Y eran masones. Todos. Dejando de lado la estéril y vetusta polémica sobre si la masonería es o no una religión, el resto de la gente siempre la vio como tal, mejor dicho como una herejía dado el anatema de siglos desde el Vaticano, y esto ayuda a conformar un cuadro muy claro del origen e inserción social. Si la comarca era un páramo, con potreros como para instalar canchas por docena, a pesar de las incomodidades de tener que andar cruzando gente y acarreando ropa y postes en bote, encima se fueron para la famosa carbonería Wilson, en la Dársena Sud, sobre terrenos ganados al río, donde el gerente, Mr. Jacobs, les tenía listo el five o’clock tea cuando terminaban prácticas o partidos. El resto de los habitantes de la zona, comunidad, miniciudad o directamente país, los otros, mucho antes que millonarios y gallinas, le van a asestar un mote que es la piedra fundamental del clásico irremediable: darseneros.


Los pasaron con petates y todo para el bando de Madero & Co. A la orilla de los que habían crucificado a la Boca y condenado a la decadencia. Y sin necesidad de ningún partido de fútbol.
¡Ahí llegan los suecos!


Con la inauguración en 1889 de la Dársena Sud se liquida irracionalmente el pleito Madero-Huergo, se afectan los intereses nacionales, se erige un Puerto Unico condenado a muerte a corto plazo, Mitre y sus amigos se reparten las regalías del negocio y a la Boca del Riachuelo, la díscola, hereje y levantisca Boca del Diablo no le queda otra que agregarle una nueva nostalgia a la del viejo paese al que tampoco volverán. Entre el comienzo del siglo XX y el Centenario, sin embargo, la particular comarca produce cuatro hechos de singular importancia para la cultura popular del etéreo país argentino que no se termina de conformar: River (1901), el masón Alfredo Lorenzo Palacios primer diputado socialista de América gracias al retiro del candidato de la masonería alsinista (1904), apoyado con impresionantes actos de masas a megáfono puro; Boca Juniors (1905) y la primer Huelga de Inquilinos (1907), un hecho inédito en las luchas populares del mundo.


Ya desde fines del siglo anterior la contaminación y el olor de las miasmas es insoportable. Sarmiento presidente en 1871 limpia por única y última vez el Riachuelo. Años después se agarra de las orejas con los zeneizes que reclaman educación pública y gratuita con idioma genovés: “Bachichas bamboleantes como sus barlantas”, les contesta el sanjuanino que no escatimaba en estiletazos y que ya había tenido agarradas varias y semejantes con otras colectividades. Desde un periódico, en la rigurosa lengua natal, a pesar de ser hermanos, lamentan que la senilidad esté haciendo estragos en tanto genio.


No han abandonado para nada la quimera separatista. La mortalidad infantil es del 63%. En los inquilinatos se amontonan más de 100 mil almas a razón de un promedio de 7,5 por pieza de cuando mucho 4 x 4, un solo baño y un solo patio. Va a escribir Hebe Clementi: “Si en algún lugar prendió con la fuerza y la dimensión que hoy tiene el fútbol, fue en la Boca” 7. Investigaciones de campo que se realizarán en grandes centros metropolitanos industriale del mundo dan como cierto que las indeseables condiciones de vivienda del proletariado en la primer etapa del capitalismo fue una de las causas principales de la difusión del fútbol como incendio en la paja seca 8. En 1904, en un colegio secundario de Bartolomé Mitre al 1300, tres muchachitos afincados en la zona, pero del otro lado de la frontera de Almirante Brown, entre los inquilinatos y las casas con chapas robadas de noche en la Estación Solá, de origen netamente zeneize, empiezan a ser aleccionados por el tutor en educación física, un tal Paddy McCarthy, como apunta también la autora recién citada. Al año siguiente, en abril, con fechas diferentes según la versión, sobre los bancos de la plaza Solís para el folclore ni nace el Club Atlético Boca Juniors con ese nombre ni al día siguiente apareció barco sueco alguno para prestarle los colores azul y amarillo. En lo que hubo coincidencia entre aquel puñado de jóvenes fundadores fue que la Boca tenía que estar en el nombre y que la primer camiseta fue a rayitas blancas y negras (Clementi) y hasta rosa (agencia oficial Télam), como también que “el Juniors se agregó para desvirtuar (¡sic!) todo lo malo que circulaba acerca de La Boca, sobre todo desde las luchas obreras de 1903, y las prácticas discriminatorias respecto de su poblamiento arisco y demandante ante los gobiernos que ponían mejores energías en otros lugares.” 9 Desde otro ángulo, igual pretendidamente serio, se echa a correr lo siguiente: “Le pusieron Boca Juniors de acuerdo con la moda (¡sic!) imperante en el momento”, tal como habría sido “el nombre del lugar y el consabido (¡otra vez sic!) juniors que otorgaba al club un realce (¡sic!) que no le daban otros nombres propuestos”, a saber, “Hijos de Italia, Estrella de Italia o Defensor de la Boca” 10. Muy, muy difícil de digerir.

En lo que coinciden versiones varias, de las más serias y documentadas, es que el Boca Juniors fue lo que quedó de una negociación. Lo que no aclaran es tires y aflojes sobre qué y con quiénes. Están otra vez los que con un candor digno de mejores causas fue para hacerse los simpáticos con los británicos masones de la League, pero el inglés es lo suficientemente amplio como para hacer guiños y no elegir justo ese vocablo, máxime con el antecedente que ya traían los rojos de Villa Crespo que habían arrancado pisando fuerte con el nombrecito Libertarios Unidos y con el tiempo terminarán en Los bichitos colorados de La Paternal. Todo parece indicar que lo no potable para los dueños de la pelota habría sido el inicial Defensores de la Boca. La Boca no podía tener defensores ni cosa que se le pareciera; era un clarísimo ghetto del apartheid nacional Made in UK; en todo caso, juniors podía ser, como que les iba a calzar mejor para bajarles el copete al tenor de los códigos de entonces.

Aquí también la composición fundamentalmente cultural, zeneize al 100%, con el urticante ingrediente de la conversión marrana y su correlato ultracatólico se extiende a algunos figurones de neto cuño conservador populista y para completar todo lo incompatible que tenían que terminar de tener con los darseneros, para no ponerse de acuerdo ni en la hora oficial, era que al cuadro lo completaban socialistas y anarquistas. En todo caso, como común denominador, los dueños naturales del lugar, los cultores de su mística y el apego desesperado al suelo, los dientes apretados, un furor que va a impregnar el ethos futbolero y que a su hinchada primera la va a hacer destacable desde un primer momento.

En un trabajo de hace una década, para dar marco teórico a los procesos de antagonización sin los cuales el fútbol carecería de sentido y tratar de sentar las no pocas peculiaridades del fenómeno argentino, se partió del original de las islas británicas, el interregional primero entre Inglaterra y Escocia, diseminado por Europa como modelo ideal para representar los viejos enfrentamientos feudales (Real Madrid-Barcelona, Juventus-Fiorentina, etc.); a continuación, el intraciudad que partiendo de las tirrias religiosas y clánicas de Glasgow con el Celtic-Rangers se afinca como típico en Sudamérica (Nacional-Peñarol, NOB-Rosario C., Estudiantes-GyELP), y a partir de aquí, dar comienzo al toque muy particular porteño de achicar más los espacios reales y
minimizar los conflictos en el interbarrios (San Lorenzo-Huracán, Velez-Chicago), para así arribar por fin al intrabarrios (Atlanta-Chacarita, pero sobre todo River-Boca) 11.


No es ahora aquí ni la oportunidad ni el momento para retoques teóricos o cosas parecidas. Pero sí por lo menos para aclarar que con el tamiz de la fracasada o imaginada Repubblica (1882), no hace al fondo del asunto, y el trascendente significado de la batalla Madero-Huergo por el Puerto Unico, fundamentalmente entre 1883-89, magníficamente tratado por Hebe Clementi, el River-Boca logra una dimensión que encuadra perfectamente en las otras tres categorías, con el condimento religioso tipo Celtic-Rangers del Masones vs. Marranos subyacente desde los inicios mismos. En otros términos, como se verá enseguida con mayor amplitud, este moldeo de “oposiciones religiosas que luego se reproducen en una repartición o en una multiplicación futbolística”, es un fenómeno de no exclusivo cuño nacional y que mientras se ha copiado cualquier pavada en la materia, sobre esto jamás se ha dicho nada.


El concepto pertenece a Christian Bromberger, de la Universidad de la Provence, especializado en recorrer países, parajes y ciudades escardando estos menesteres sociofutboleros. En el invierno del 2001 vino invitado por la UBA. Apenas si conociendo de oídas el asunto de nuestro superclásico, en una de las conferencias se despachó con aseveraciones como “el fútbol es una máquina para clasificar las pertenencias territoriales” y que “no es solamente un espejo de una identidad imaginaria dada, sino que participa en la construcción de estas identidades”, donde en “las biografías de los recién llegados” siempre “se encuentra a los superidentificados con lo nuevo, como los conversos (¡sic!) que están superidentificados con la causa local”. Para un no avisado el francés podría haber estado tranquilamente discurriendo sobre esta nebulosa argentina futbolísca entre tantas otras tinieblas, deportivas o no. Porque para él se trata simplemente de “dualismos jerarquizados” que se dan en determinadas “localidades”, donde “siempre hay un club que representa al lugar, a lo autóctono, a la tradición, con una hinchada caliente, mientras que el otro representa a la apertura, a lo universal, a la innovación, y una hinchada más distanciada”; en suma, según dijo, algo que él lo encuentra estrechamente ligado al “norte de Italia”, donde se encuentran para nada casualmente Génova y la Liguria, aunque no hizo nombres, porque “Italia es un país donde se piensa frecuentemente en forma binaria.”
En otro pasaje, centrándose en un caso de la propia Francia, señaló que estas bipolaridades surgen como un “principio de bipartición que significa un universo social y cultural”, tanto como “una confrontación entre ciudades o barrios”, y que “se presentan como una guerra de estilos” futboleros “en el imaginario urbano y en la representación de las identidades urbanas”, donde una de las partes encarna siempre a la “ciudad obrera” a través de un “gran coraje, de una gran decisión, corriendo por toda la cancha aun cuando las condiciones decisorias ya hayan desaparecido.” Por supuesto, en la vereda de enfrente lo que surge es “un juego métrico y regular, brillante por sus pases cortos, mucho más que sus grandes esfuerzos”, lo que le da “una forma de estereotipo de la ciudad”, como “es la fantasía, el virtuosismo”, para finalmente representar la ancestral antinomia de los que se aferran al lugar a todo trance y los que parten tras la aventura mundana.12 Sin restarle un coma a la brillantez y profundidad del francés, una magnífica lección de cómo el localismo puede llegar a ser tal en la medida en que represente auténticamente una modalidad diversa dentro de lo universal. En términos literarios, sin haber pateado nunca una pelota, León Tolstoi ya ha había hecho saber la fórmula contar al pie de la letra los pormenores de la aldea nativa para así dar el mejor testimonio del mundo.


River-Boca nacieron cuando la base real de la controversia no existía. Si los genoveses levantiscos y separatistas habían intentado una república para entregársela como único acto independiente a un rey trasatlántico, los extranjeros del lugar se fueron tras los fulgores de los ganadores de corto alcance, hasta la semana siguiente, porque ese destino ya estaba condenado por la naturaleza, como sucedió. Por eso, así como nunca dejaron ni van a dejar de ser darseneros y zeneizes, por más que en los hechos también encarnarán simbólicamente y premonitoriamente el Norte-Sur entrevisto con gran agudeza por otro extranjero en la base misma de la Gran Aldea 13, una partición insalvable con todo el brillo aparente del progreso para una y el gríseo creciente de la decadencia constante para la otra, la que luego será concretada a destajo, bajo el formato teléfonos y tendido eléctrico, por otros extranjeros a la hora del desguase durante la Segunda Década Infame.


La expansión nacional de la antinomia a través del videocable montado sobre las viejas vías oxidadas del ferrocarril inglés tampoco debería llamar a engaños o falsos entusiasmos. Por el contrario, la microelectrónica ha abulonado la fantasía federal del país unitario real en torno a un Puerto Unico reciclado para el aparcamiento de 4x4 y otros todoterreno, pero ni un barquito de papel. Otro tanto con que en Londres, hace poco, hayan pasado a considerarlo uno de los mayores modelos en la materia, a la altura del Celtic-Rangers que tienen en un apósito colonial vecino. Desde sus remotos orígenes en la antigua Grecia, el fútbol ofrece como ninguno la maravilla simbólica de la existencia de territorios ideales, largas marchas, pero también la humillación y la muerte como peaje. A tal punto que cada vez que a las versiones posmodernas rebautizadas gallinas y bosteros les ponen una cámara delante de la nariz no hacen sino clamar con exterminadora furia y un odio racista que el otro no existe. ¿Cómo se puede hacer una existencia de dos no existencias o festejar hasta el frenesí en el Obelisco, saltando como primates, que es para el otro, que obviamente no existe, y que por eso lo mira por tevé, a todo esto, irrealidad intangible si las hay? Pingües negocios aparte, el dilema amargo es si tanto encono y bullanga no sigue tapando no sólo a un superclásico que sigue tan interruptus como inconcluso, sino que en una de esas ni siquiera todavía empezó.


Alargue y penales
Aunque casi ociosa como aclaración, pero como el fútbol es una pandemia que futboliza todo lo que se le acerca o menciona, aquel medio centenar de muchachos, de uno y otro bando, del mismo modo que jamás pudieron tener noción alguna de la trascendencia social y cultural de lo que estaba haciendo, porque el objetivo perseguido era nada más que hacer un simple club para poder jugar fútbol, cada uno de ellos tenía una historia, representaban a esa historia y cuando la echaron a correr era de tal significación común que ocurrió lo que ha ocurrido. Ahora, como si fuera poco a lo ya expuesto, cada uno arrastra dentro suyo su propio enrevesamiento, poniendo un toquecito más de color. Aunque políticamente progresistas, bastante lejos de los intereses de lo que con un manotazo erigieron el Puerto Unico a corto plazo y para beneficio exclusivamente propio, identificados desde siempre con lo probritánico, oligarca, cajetilla y antipopular de todo lo millonario, si hay algo que condensa al ethos futbolero argentino por excelencia es toda la legendaria exquisitez de La Máquina riverplatense. Aparentemente opuesto, a fuerza de sudor y suela, capaces de correr todo hasta el desfallecimiento, están los picapedreros indoblegables, sin discusión la mitad más uno del país y, a la par, como institución el terreno fértil de feudalismos varios, desde Sánchez Terrero al paradigma mismo de Armando, con La Candela (1965) el primer criadero integral de ganado de pies (capitalismo de ciclo completo) y la actual gestión neoliberal de Macri.


Siempre y en todo momento, en cualquier terreno, antagónicos y por lo tanto irreconciliables. Lejos del fútbol, con la guitarra en la mano, el máximo trovador supo cantar aquello de "sacale lo desparejo, por algo soy argentino."



Amílcar Romero

Puerto de la Santísima Trinidad y del Buen Ayre, junio del 2004.

5.6.05

PIE DE IMPRENTA


La versión original de este trabajo fue realizada para un volumen de Ediciones BP, Informes del Sur N° 25, junto con otros ensayos, bajo el título común de Fútbol SA, publicado por Ediciones de la Abeja Africana en noviembre del 2005 y que se puede adquirir on line.